La vida antes del plástico

Las generaciones anteriores a los años sesenta sabían lo que era una vida sin plásticos. No hacía falta, en ese entonces las cosas «valían y duraban, nada era desechable», como dice Ana, una señora de 72 años que nos relata cómo fue su infancia.

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Imagine entrar a un supermercado y que no haya en los anaqueles ningún producto empacado en plástico.  Es difícil pensar cómo se podía vivir sin los miles de objetos plásticos que hoy invaden nuestra vida, pero según cuenta Ana García, de 72 años, era muy sencillo.

«Por la tarde llegaba el lechero, mamá salía con dos envases de vidrio vacíos y él los entregaba llenos. Ya estaba listo un recipiente de aluminio para hervirla; había que estar atentos porque en cualquier momento podía desbordarse. Recibíamos el pan en una canasta cubierta por una servilleta de lino. Todo estaba listo para una rica merienda», cuenta doña Ana.

Había pocos supermercados, Ana recuerda el de Utatlán en zona 7, donde iban con su madre, siempre llevaban su propia bolsa de manta o de tela. No existían las botellas plásticas, así que el detergente para la ropa se vendía en caja de cartón, las bebidas en envases de vidrio retornables y los jamones y embutidos se empacaban en papel encerado. Todo era biodegradable, nada se convertiría en basura que duraría por años.

El invento del plástico tiene su origen en los experimentos que hizo el estadounidense Leo Baekeland, que en 1907 creó la «baquetila». Servía para recubrir cables nada más, pero con el tiempo fue evolucionando, en 1926 nació el PVC y para los años cuarenta se popularizó el plástico para crear productos. En Guatemala, la fábrica Guateplast fue la precursora, abrió en 1948, por entonces solo creaba peines y guacales.

«Cuando iba a empezar la primaria, mis padres me llevaron a una talabartería a comprar mi bolsón. Todos eran iguales, de cuero café. Se cerraba al frente con dos cinchos y tenía en la parte de arriba un asa, para llevarlo como si fuera una maleta. Me duró los seis años. Todos mis compañeros tenían iguales, era lo que había, durables y útiles», explica Ana.

«Las escobas eran de pino o de raíz y a veces con el uso iban dejando trocitos de sus fibras por el suelo. En casa teníamos vasos de vidrio, peltre y aluminio. Aún recuerdo el sabor fresco del agua en estos vasos. Las palanganas eran también de peltre o de aluminio».

En los años setenta las bolsas de plástico ya eran populares en Guatemala, y así, poco a poco, el país se fue inundado de basura. En los años 90 empieza la preocupación por el daño que podría causar al planeta.

«Crecimos con la conciencia de que había que cuidar las cosas y aprendimos el valor del ahorro, porque en ese tiempo hasta los centavos valían», recuerda Ana.

No tardaron en llegar también los trastos plásticos, que para mediados de los sesenta empezaban a popularizarse para sustituir el vidrio, la loza y el peltre.

«Recuerdo que cuando era adolescente invitaron a mamá a una reunión de Tupperware, no sabíamos muy bien qué era eso, pero ella regresó con unos recipientes raros: unos vasos y tazones de colores, a los que se les ponía una tapadera hermética. Creo que fue la primera vez que tuvimos objetos de plástico en casa. Un buen día mamá se olvidó de que había guardado los “tuppers” en el horno y lo encendió. Entonces descubrimos algo inevitable: el plástico apesta”.

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