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¿Recuerda la sexta avenida? Desde los años 30 hasta los 60 fue el sitio más elegante de la Ciudad Guatemala, cuando era la Tacita de Plata. Sin duda pasó tiempo allí con amigos, con pareja o con familia. Esta es su historia.
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En los años 30 la Sexta era una enorme vitrina de Europa, con sus tiendas iluminadas y sus productos tan caros como exclusivos. La sexta avenida de la zona 1 fue, durante décadas, la más importante de la ciudad. Antes se llamó Calle 30 de junio y mucho antes Calle Real.
Le pusieron Calle Real porque recorría desde la Iglesia de San Francisco hasta el Palacio Real. Era el lugar que eligieron las familias aristocráticas para construir sus viviendas. La calle era residencial, aunque algunos de los dueños alquilaban las habitaciones que daban al frente para comercios. Muchos de ellos eran extranjeros, por eso los productos de Europa eran frecuentes.
En 1871 la calle fue testigo de la llegada de los caudillos de la Revolución Liberal, Justo Rufino Barrios y Miguel García Granados. Para conmemorar ese día Barrios decidió cambiarle el nombre y la llamó Calle 30 de junio. Ese nombre no le duró mucho tiempo porque en 1877 Barrios decidió que las calles de Guatemala tuvieran números en lugar de nombres, como se hacía en Nueva York. Fue así como se convirtió en la sexta avenida.
El parque central sirvió de albergue después de los terremotos de 1918. La gente que se había quedado sin casa tuvo que improvisar champas allí. Con el tiempo la tristeza empezó a calmarse y los capitalinos comenzaron a salir de nuevo, a convivir y a olvidar. Entonces empezó la costumbre de caminar por la avenida, o “sextear”, como se diría más tarde.
Doña Elena de Flores recuerda que en la década de los años cuarenta el sitio de reuniones era el Parque Central. Todos los domingos había una banda musical. Las familias adineradas se situaban muy cerca de los músicos y atrás se acomodaban los demás, hasta llegar a los más pobres, que era los últimos.
Tiempo después, los residentes de la sexta decidieron marcharse a otras zonas, como la 9 y la 10 y dejaron las viviendas para los almacenes como La Paquetería, La Perla, La Casa Francesa, El Cairo y muchos otros. El comercio era pujante y la avenida muy hermosa.
Los edificios eran casi todos de estilo Art Decó, producto de la creatividad de varios arquitectos. El que empezó con la idea fue un alemán, Roberto Hoegg, que quiso trasladar a Guatemala la arquitectura europea. Habían desaparecido las viviendas de teja y en su lugar se alzaron elegantes y curvilíneos edificios.
Doña Elena recuerda una anécdota que relataba su madre: “Yo estudiaba en un internado y los domingos, la supervisora del colegio nos llevaba a caminar por la sexta. Era la oportunidad para ver a los muchachos guapos de los colegios para varones. No había forma de que nos habláramos, si uno de ellos osaba cruzar la calle la profesora entraba en acción, pero bastaba con las miradas y las sonrisas”.
Doña Elena cuenta que los niños de aquella época iban a la dulcería Zaror y a los helados del Pasaje Rubio. Cuando se acercaba la Navidad, era obligatorio ir a Casa Música, donde podían saludar al “verdadero” Santa Claus. A pesar de que llevaba una máscara de plástico con agujeros para los ojos, no dudaban de su autenticidad.
En 1976 el terremoto azotó al país. El mercado central se vino abajo y decenas de vendedores se quedaron sin nada. Algunos consiguieron un espacio en el parque Colón, otros en el Portal del Comercio, pero muchos se quedaron literalmente en la calle. Entonces decidieron ubicar sus ventas en las aceras de la sexta avenida, nadie podía decirles que no, su mercado había quedado en ruinas. El comercio informal empezó a cambiarle la cara a la emblemática avenida.
En los años ochenta el conflicto armado estaba en su apogeo. Un carro bomba estalló en la esquina de la sexta avenida con la sexta calle. Ahora era peligrosa. Como precaución, se prohibió que circularan carros por toda la sexta y se volvió, por primera vez, peatonal. Pero más espacio libre atrajo a más vendedores, muchos de ellos llegaban del altiplano, agobiados por la violencia. Para mediados de 1980 ya no era tan fácil caminar por la sexta, con las aceras pobladas por champas y ventas improvisadas, creadas por la necesidad de la gente.
La sexta cambió, en vez de las tiendas elegantes había productos de plástico por doquier y ropa de imitación. Doña Elena recuerda que, a pesar de los cambios, le agradaba ir a la sexta. Llevaba a sus hijos de paseo, pero entonces empezaron los robos y prefirió no ir más. Se entristeció por aquella decadencia. Luego llegaron los centros comerciales, que ofrecían espacios más seguros y mucha gente dejó de sextear.
Más tarde la municipalidad puso en marcha un programa para recuperarla. Hoy la Sexta es peatonal, muchos de sus hermosos edificios se han restaurado, hay restaurantes familiares y el paseo es agradable. Quizás es el momento oportuno para volver a sextear.